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Foto del escritorjesuscarmonamorale

La curva de luz, la curva de esperanza

Puede que en 2020, más que nunca, el Solsticio de Invierno sea un hecho comprensible, si lo contamos en estos términos.


Desde el verano, una época luminosa y feliz, se ha venido notando una pequeña falta de luz cada día. En la abundancia esa falta se desestima, se ignora deliberadamente pues no supone una gran pérdida, es algo que arrogantemente tachamos de asumible. La constancia de esa falta de luz no es tal, cada día no es la misma, cada día es un poco mayor. En realidad tampoco esa abundancia es tal, es sólo un máximo, y los máximos se caracterizan porque están rodeados de valores menores que este punto, vienen de menos y van a menos.

Hay un día en que el balance de luz es igual, el debe es igual al haber, y al día siguiente la falta de un poco más inclina la balanza del lado de la oscuridad, ahora la abundancia ha cambiado de características. No es posible ignorar esa falta de luz, ya no es asumible, y ahora pensamos que nunca debió serlo.


Lo peor está por llegar, la oscuridad no se frena aquí. La oscuridad sigue avanzando, las cifras son cada vez mayores, la curva descendiente de luz entra en sus más oscuros días, pero sigue siendo una curva de luz, de horas de luminosidad, de claridad, de esperanza. Sin embargo al ser descendiente nos muestra cómo cada vez hay menos luminosidad, menos claridad, menos esperanza.


Dante hizo bien en colgar un cartel en la entrada del infierno que anunciaba, “Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis”.


Finalmente hay un día realmente oscuro, terrible, frío. En el que el Sol sale y se pone, la proporción de luz y oscuridad se ha estirado hasta un remanente de luz sin calor, sin vida. Pero al día siguiente el Sol moribundo vuelve a salir, y en todos los relojes late un segundo más. La curva de luz ha dado un valor mayor de luz que el día anterior. Y cuando te rodeas de valores mayores que el estimas es que estás un mínimo; otros dirían que has tocado fondo, pero los que saben leer esos valores ven que lo que descendía se ha detenido, ahora empieza a subir. Ese día es el Solsticio de Invierno.

Algunos maldecirán el frío y la oscuridad del invierno y le echarán la culpa de su sufrimiento y padecimiento pero yo lo veo como algo que se ha forjado en los meses de verano y otoño sin que nadie se haya dado cuenta, sin que nadie haya hecho nada por remediarlo; el invierno es el momento en el que todo cambia, y en el invierno es cuando se forjan la primavera y el verano, día a día, sumando minutos de luz, doblando la curva.

En una antigüedad que no hay que escribir con mayúsculas sino esculpir en piedra y ribetear de oro el Solsticio de Invierno era el hecho más importante del año. Desde el momento más oscuro, el más desesperado, el más desesperanzado la gente veía que un pequeño grano de luz daba un saldo total mayor que el día anterior, y ese en ese grano se concentraban las esperanzas de todo: de cosechas, de frutos, de primavera, de calor, de pastos verdes, de vida.


Pienso a menudo que me gustaría mirar en el pasado de la humanidad por un agujerito a las épocas que ni siquiera aparecen en la historia conocida para comprobar que el Solsticio ha sido siempre ese momento en el que algo muy pequeño era la señal de algo muy grande, que algo con una benignidad tan leve era visto como la promesa de un futuro esplendoroso, como el hecho de que no todo estaba perdido y todavía había esperanza. El Sol es el protagonista de ese milagro, en el que un día ese Sol se detiene, y cambia su camino. Detenerse y cambiar. Reflexionar y mejorar. ¿No es esto inspirador para que cualquier cultura en cualquier tiempo fije en este momento un punto que sirva de ejemplo a todas las personas que la compongan? No somos diferentes, seguimos celebrando el triunfo de la Luz en las formas que nuestra civilización ha elegido, igual que las que nos precedieron lo hicieron con otras que seguramente ni conocemos. No hay mitología, religión o creencia que no haya puesto en el Sol a su mayor exponente, o lo califique con términos de luz, claridad o calidez, puede que incluso en los cuentos modernos lo sigamos haciendo (Superman es un buen ejemplo).


Todas las creencias parten de símbolos de esperanza, de héroes que tienen inicios débiles, humildes, oscuros, profundos, difíciles y desesperados, con el Universo en contra, pero con la promesa de un futuro glorioso. Es la metáfora perfecta del ser humano que nace débil, indefenso, sintiendo frío y hambre, pero redimido a través de la luz, del amor, de la esperanza de un futuro en que se convierta en un ser grande y luminoso.


La curva de la luz se invierte, la curva de la esperanza es ahora ascendente, su derivada es positiva, y eso sirve para cada día seguir cultivando esos granos de luz, para reunir en algún momento del futuro un día de primavera, quien sabe si un cálido verano.


Feliz triunfo de la luz.


(El Solsticio de Invierno de 2020 y con él la entrada en el invierno astronómico se produce el 21 de Diciembre a las 11:02 hora peninsular).


Jesús Carmona




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